El cantante y compositor, fundador de IKV, grabó el disco Pitada

La pandemia reavivó con fuerza la fantasía de la huida al campo. Y Emmanuel Horvilleur fue uno de los tantos que pensaron que salir un rato de la contaminación urbana podía ser un alivio frente a un contexto tan tóxico y apremiante. También tuvo la sagacidad de aprovechar la idea para grabar un disco que le transmitiera al que lo escucha algún eco, una señal de las placenteras condiciones en las que fue concebido. Pitada (Sony Music) es el feliz resultado de esa aventura: 13 canciones en las que uno de los dos socios fundadores de Illya Kuryaki & the Valderramas prescinde de batería, sintetizadores y teclados, insumos habituales en su música, y recurre a una instrumentación alternativa (guitarras acústicas, contrabajo, banjo, cavaquinho, percusiones) para, como bien dice él, “ponerles un nuevo maquillaje”.

“Mi primer disco solista, Música y delirio (2003), me permitió empezar a probar cosas diferentes a las que venía haciendo en IKV. A probarme como compositor y como músico en un entorno distinto. Por eso, justamente, tuvo ese título. Y Pitada también es un experimento, un lugar al que llego después de un largo viaje y donde me concentro mucho en la interpretación. Creo que mi manera de cantar es hoy mucho menos afectada que cuando empecé. Esa afectación creo que es producto de haber escuchado mucha música negra y de una idea de sonar más cool. Creo que cool es una palabra muy maltratada… Yo pienso en la forma de cantar de alguien como Chet Baker, que era un quemado, pero cantaba suavecito, sutil, justamente muy cool. También creo que la música es una buena terapia para esta época. A mí, al menos, me sirve bocha en ese sentido. Hice solo un show desde que empezó la pandemia y esa noche dije: «¿Guau, cómo no estaba necesitando esto?». Fue como recibir un masaje a ocho manos. Este disco funcionó un poco así, como un bálsamo. Ojalá sea lo mismo para los que escuchen”.

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